PREGUNTAS INOCENTES
A veces, suele ocurrir que a una le
vienen a la cabeza preguntas cuando está con su pareja en un momento de relax.
A mí me suele ocurrir cuando hay partido de liga. Son las diez de la noche,
pongamos por caso, es domingo, intento relajarme frente al televisor y olvidar
el lunes, me dirijo a él pensando: –A ver
qué programa chorra ponen hoy, que en el segundo intermedio me voy a la cama a
la altura del anuncio de ING Direct (me los sé por orden, como la tabla
periódica)- y cuando llego al salón me lo encuentro de sopetón y sin previo
aviso: minuto 17, Getafe-Valladolid. Saco cuentas: 180 minutos de partido, más
15 de descanso y 5 de descuento menos los 17 que llevamos… total… un coñazo de
noche. Ni que decir tiene que el fútbol es intocable. El mando se encuentra,
como por casualidad, custodiado junto al brazo de mi marido en el ídem del sofá
y mi adolescente favorito me mira de soslayo temiendo mi ataque al mando. Para
hacer como que no se han dado cuenta de mi presencia y de que el partido es muy importante, inician una conversación como casual con comentarios
interesantísimos tipo:
-Oye, papá, ¿sabes que han cedido a McArthur
al Chelsea?
-¿Ah, sí, pues yo pensaba
que lo iba a comprar el Valencia.
- No, qué va, si el
Valencia ha comprado un media punta, que le
hacía
falta esta temporada…
Tensión por ambas partes. Yo empiezo
a pensar –Truquitos a mí, que me he
criado con tres hermanos… Los dejo hablar un rato. Me lo pienso: -¿Les jodo el partido? Baaah, total, tampoco
tengo interés en ver nada. Me siento en el sofá junto a mi marido y, claro,
mi mente empieza a viajar en cuanto veo el verde del césped. Como es natural,
la cabeza de mi marido sigue en el campo, pero al cabo de diez minutos, yo ya
he recorrido mentalmente años de convivencia y la pregunta me parece de lo más
lógico y, sin embargo, conforme la formulo, me parece una chorrada como una
catedral:
- - Oye, ¿tú te acuerdas de lo que yo
llevaba puesto el día que nos conocimos?
Cara de pez. Hace como que no me ha
oído. Sigue mirando el televisor. Pero yo, a estas alturas, conozco cualquier
vibración muscular, microgestos, creo que les llaman. Me ha oído, lo ha
traicionado un temblor del labio superior que ha durado un nanosegundo. Me has oído, lo sé, pero te
lo repito, soy comprensiva y sé que no la esperabas:
- - Cariñoooo, ¿tú te acuerdas de la
ropa que yo llevaba el día que nos conocimos?
Me
mira. Sé perfectamente lo que está pensando, dos cosas: -Ni puta idea- y -¿Qué le
contesto yo a ésta ahora, en pleno penalti? Y sin embargo, contesta con otra
pregunta, por llamarlo de alguna forma:
- -Mmmmmm???
La
pregunta me sigue pareciendo una chorrada, pero me hace gracia su burda
estrategia de disimulo e insisto:
- - Dime, ¿te acuerdas? Yo sí.
Este
“yo sí” es lo mejor, es como un argumento de autoridad, como un puñetazo en la
mesa dialéctica. Él lo interpreta como un examen de nuestro nivel de amor: -Si ella se acuerda y yo no, estoy sentenciado,
la hemos liado. Improvisaré:
-
Pues claro que me acuerdo, hija,
estabas muy guapa –añade
para captar mi benevolencia. Y remata la faena-, por eso me enamoré de ti.
Buen
intento, vaquero, pero burdo donde los haya. No cuela. Sigo con el jueguecito,
el Getafe me aburre cada vez más:
-
¿Síííí…?(estocada final) ¿y qué eraaaa? (chúpate ésa).
Ni que decir tiene que, a partir de
ese momento, se suceden los palos de ciego, que si unos vaqueros, que si un
vestido, que si una minifalda… imposible acordarse de lo que llevaba nadie hace
veintitantos años, ni siquiera de cuál era la moda entonces, pero, ¡ay!, entra al
trapo con tanta facilidad… La culpa la tiene el fútbol, si estuviéramos viendo
una peli, yo no tendría mi mente viajando por el espacio. Pero lo que más
gracia me hace es que él piensa que eso es fundamental para una mujer. Qué poco
nos conocen. Sinceramente, me molesta mucho más cuando no se acuerda de los
motivos de una discusión que tuvimos hace diez días que de mi ropa de hace
veinte años; sin embargo, él piensa lo contrario. A veces, lo sorprendo observándome
mucho, como si yo fuera un tubo de ensayo y yo creo que intenta
infructuosamente memorizar datos para posibles preguntas futuras. Como si eso
fuera posible.
Hay otro tipo de preguntas, mi
marido las llama preguntas-trampa. Son preguntas del tipo: ¿Qué te parece si me pongo bótox en las patas de gallo?, ¿Crees que me
están estrechos estos pantalones?, ¿Qué espaguetis están mejor, los de mi madre
o los míos? Si yo me muriera,¿te volverías a casar? En fin, las típicas
preguntas que llenan la existencia de cualquier mujer. Él tiene la absurda teoría
de que, conteste lo que conteste, se equivoca. A esas les rehúye de mil
maneras: a veces me pide opciones, como si fuera un examen tipo test; otras, me
pregunta él a mí qué tiene que contestar para no equivocarse (intentando
liarme. A mí. Ya ves); a veces, se ríe, “esta
vez no me pillas, estaba prevenido y no te voy a contestar”… en fin, pura
cobardía masculina.
El caso es que quizá, si no hubiera
tanto fútbol, a lo mejor mi mente no vagaría libre en esos momentos de ocio e
inactividad del final de la jornada y podríamos hablar de otros temas más
interesantes viendo una película de amor, por ejemplo, y la calidad de mis
preguntas mejoraría ostensiblemente: ¿Tú
crees que si Kate Winslet le hubiera dejado un trozo de balsa a Leonardo Di
Caprio, se hubiera salvado? o mejor: ¿Tú
hubieras confiado en mí si te pongo en la proa de un transatlántico y te sujeto
sólo por la cintura y te digo que cierres los ojos? Anda, contesta a eso,
con un par.
No hay comentarios:
Publicar un comentario