A pesar de que
vivimos en un estado laico, hay cosas que no puedo evitar que me recuerden
situaciones vividas en mi infancia en soporíferas clases de religión con alguna
que otra monja jubilada que nos colocaban a las niñas de entonces para que la
mujer no se muriera de la pura inactividad. Estas pacientes maestras eméritas
intentaban inculcarnos valores cristianos e instruirnos en los sacramentos con
denodado afán y escasos resultados.
De todas
aquellas clases, recuerdo perfectamente los pasos que había que seguir para
confesarse como Dios manda, nunca mejor dicho; a saber: examen de conciencia,
arrepentimiento, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir
la penitencia. Toma ya. Pues yo los seguía a pies juntillas. Jurado. Y lo hacía
porque tenía la certeza de que las monjas eran capaces de leer la mente, si no
no entiendo por qué a veces sabían que me tenían que castigar con sólo mirarme.
Ahora,
muchísimos –demasiados- años después de que yo me viera obligada desde mi más
tierna infancia a rebuscar los actos y pensamientos sucios -que sin lugar a
dudas escondía- para no defraudar a un confesor ávido de perdonar nuestras
bajezas infantiles, me encuentro con que la Administración ha copiado la
fórmula paso por paso y me obliga a hacer lo mismo. Como os lo cuento.
Veréis, hace
aproximadamente un par de años, alguna mente perversa pensó que los profesores
no rellenábamos suficientes papeles, que quizá andábamos escasos de informes y
que había que darnos trabajo, no fuera a ser que nos relajásemos en exceso, no
en vano somos los vagos oficiales del país. Así que pensó en vengarse de
aquellos procesos confesionales infantiles, que sin lugar a dudas él también
sufrió, descargando todos sus traumas sobre los atareados profesores inventando
una fórmula que ha dado en llamarse “evaluación de la práctica docente” y que
se hace siguiendo los pasos de la confesión, tal cual. -Menos mal – me dije cuando lo vi y no lo creía- que he practicado cantidad en la infancia,
me va a salir que te cagas.
La evaluación
docente consiste en rellenar un interminable cuestionario de posibles faltas
cometidas valorándolas de 1 a 5 (al menos tienen el detalle de darte la lista
de pecados posibles y una gradación; no como los curas, que ni te daban pistas
ni te dejaban matizar frecuencia y/o intensidad, dato importante en la cuestión
de los pecados). Vale. Pues tú te colocas delante del ordenador y vas valorando
lo rematadamente mal que lo has hecho ese trimestre (examen de conciencia).
Cuando ves los resultados que tú mismo has puesto (dictado de los pecados al
confesor), te dices a ti mismo: -Clarooo,
ahora lo entiendoooo, este trimestre no he hecho correctamente las pequeñas
agrupaciones ni he coordinado
adecuadamente a diario las actividades de mi aula con las concernientes a los
otros departamentos didácticos; sí, es cierto que dediqué quince días a cada
tema y les hice a los pobres críos dos exámenes y tres recuperaciones de cada
uno divididos en apartados, pero me temo que los minutos en clase no fueron
equilibrados en cuanto a contenidos y procedimientos, así como a actividades
suficientemente motivadoras que simultáneamente potenciaran la educación en
valores y consiguieran una socialización adecuada del grupo, mientras repasaban
los contenidos mínimos y reforzaban las competencias básicas. Imperdonable. Además, reconozco que, aunque
llamé por teléfono y envié varias cartas a las madres de los absentistas y
disruptivos, también es cierto que tenía que haber insistido más, pues después
del quinto plantón que me dio aquella madre, yo debí pensar que se trataba de
algún problema de disociación familiar que el niño acusaba en su
comportamiento; no debí conformarme con dar parte a Jefatura de Estudios y al
orientador. Vaya. He vuelto a fallar (arrepentimiento). Pues no volverá a suceder, el trimestre que
viene enmendaré estos problemas derivados de mi clara desmotivación profesional
y buscaré ayuda profesional, si es
necesario, para que los chiquillos que llegan tarde sistemáticamente
porque se duermen a las cinco de la mañana enganchados al Twitter o a la Play
consigan motivarse nada más entrar en el aula y me vean cantando, bailando o
contando cuentos disfrazada de personaje Disney, mientras hago uno o dos apoyos
a los alumnos extranjeros o con dificultades generalizadas de aprendizaje y
corrijo el cuadernillo de los que el curso que viene irán a refuerzo, sin
olvidar, claro está, simplificar las instrucciones para los alumnos
hiperactivos y/o con déficit de atención (propósito de enmienda).
Por si fuera
poco, en el claustro final, se vuelven a comentar los resultados, esta vez por
departamentos, para hacer así escarnio público de las faltas cometidas. “Pues sí hombre, eso faltaba, que se fuera
la gente de vacaciones de rositas y con la cabeza bien alta…”
Y yo me
pregunto: -Esa humillación pública ¿se hace en alguna otra profesión?- Me
imagino un hospital, por decir algo. Todos los médicos reunidos el día antes de
Nochebuena, con la tontería y la juerga propias de las fechas, y el director
con los brazos en jarras meneando la cabeza mientras mira a los traumatólogos,
cuya ineptitud sale en un fabuloso power-point con gráficas a todo color: -Este trimestreeeee alguien ha estado
tonteando con las escayolas y los torniloooosss….y la relación con los enfermos
no ha sido todo lo cordial que esperábamos de vosotrooooos. Vaya, vaya… pero si
ha habido dos fallecimientos más que el trimestre pasadoooo…y no os vayáis a excusar diciendo que eran unos sintecho
nonagenarios, que no me vale, eso a vosotros no os debe influir si sois unos
profesionales. A ver en qué tenemos la cabeza, que vagueamos mucho desde los
últimos recortes... Y vosotros, los otorrinos, no os hagáis los tontos, que no
creáis que no me he dado cuenta de que están proliferando las amigdalitis
invernales, a ver qué explicación dais, que no me vale como excusa la ola de
frío polar, que eso está muy visto… a ver si lo resolvemos antes de que venga
el inspector de infecciones y epidemias y empiece a pedir papeles-.
O una
constructora en la que justo antes de la cena de Navidad, el director convoca a
los trabajadores: - Veamooos… Veo, no sin
disgusto y consternación, que los encofradores han descendido su rendimiento en
el último año y que ponen de excusa la reducción del presupuesto en material en
un 80%. No me vale. ¿Y vuestra motivación?¿Es que todo se reduce a lo material?
Si no hay dinero, tendréis que rediseñar nuevas estrategias de encoframiento
readaptando las antiguas técnicas a las nuevas potencialidades constructivas y
capacidades desarrollativas básicas. Y si no sabéis lo que eso significa, es
que no estáis adaptados al desarrollo evolutivo de progresión claramente
aritmética, es decir, a las nuevas estrategias empresariales, así que tendréis
que replantearos vuestros métodos de encofrado para adaptarlos a los nuevos
presupuestos. O lo que es lo mismo: aunque tengamos menos dinero, e incluso
menos empleados, el resultado tiene que ser el mismo o mejor.Y si no hay
hormigón, os las arregláis como podáis. Sin discusión. O no hay paga extra. Mejor
dicho, no hay paga extra hagáis lo que hagáis.
Bueno, pues
como se puede comprobarsi se repasa la secuencia, sólo falta la penitencia. No
la descarto. El día menos pensado se planta ahí la inspectora: -Oye, Fulanico, como este curso ha
suspendido tu asignatura un porcentaje de alumnos más que llamativo desde mi
punto de vista -y no me irás a decir que es culpa de los chiquillos porque eso
sería el colmo- en el mes de julio vas a venir por aquí todas las mañanas a
rediseñar tus caducas estrategias de enseñanza-aprendizaje. Y que te ayude el
de matemáticas por si acaso, que lo estoy viendo relajado últimamente. Ah, y
lo quiero todo en un informe, con las competencias básicas reflejadas, por escrito y con el visto bueno del Consejo
Escolar. Antes de una semana.
Amén.
Para ilustrar esta
reflexión-confesión-lamentodocente, os pongo un enlace como viene siendo
habitual. Real como la vida misma. Aunque los que no os dediquéis a la
enseñanza no lo creáis y os riáis. A mí me dan ganas de llorar a veces.
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