viernes, 16 de noviembre de 2012

CONFESIÓN


A pesar de que vivimos en un estado laico, hay cosas que no puedo evitar que me recuerden situaciones vividas en mi infancia en soporíferas clases de religión con alguna que otra monja jubilada que nos colocaban a las niñas de entonces para que la mujer no se muriera de la pura inactividad. Estas pacientes maestras eméritas intentaban inculcarnos valores cristianos e instruirnos en los sacramentos con denodado afán y escasos resultados.
De todas aquellas clases, recuerdo perfectamente los pasos que había que seguir para confesarse como Dios manda, nunca mejor dicho; a saber: examen de conciencia, arrepentimiento, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Toma ya. Pues yo los seguía a pies juntillas. Jurado. Y lo hacía porque tenía la certeza de que las monjas eran capaces de leer la mente, si no no entiendo por qué a veces sabían que me tenían que castigar con sólo mirarme.
            Ahora, muchísimos –demasiados- años después de que yo me viera obligada desde mi más tierna infancia a rebuscar los actos y pensamientos sucios -que sin lugar a dudas escondía- para no defraudar a un confesor ávido de perdonar nuestras bajezas infantiles, me encuentro con que la Administración ha copiado la fórmula paso por paso y me obliga a hacer lo mismo. Como os lo cuento.
Veréis, hace aproximadamente un par de años, alguna mente perversa pensó que los profesores no rellenábamos suficientes papeles, que quizá andábamos escasos de informes y que había que darnos trabajo, no fuera a ser que nos relajásemos en exceso, no en vano somos los vagos oficiales del país. Así que pensó en vengarse de aquellos procesos confesionales infantiles, que sin lugar a dudas él también sufrió, descargando todos sus traumas sobre los atareados profesores inventando una fórmula que ha dado en llamarse “evaluación de la práctica docente” y que se hace siguiendo los pasos de la confesión, tal cual. -Menos mal – me dije cuando lo vi y no lo creía- que he practicado cantidad en la infancia, me va a salir que te cagas.
La evaluación docente consiste en rellenar un interminable cuestionario de posibles faltas cometidas valorándolas de 1 a 5 (al menos tienen el detalle de darte la lista de pecados posibles y una gradación; no como los curas, que ni te daban pistas ni te dejaban matizar frecuencia y/o intensidad, dato importante en la cuestión de los pecados). Vale. Pues tú te colocas delante del ordenador y vas valorando lo rematadamente mal que lo has hecho ese trimestre (examen de conciencia). Cuando ves los resultados que tú mismo has puesto (dictado de los pecados al confesor), te dices a ti mismo: -Clarooo, ahora lo entiendoooo, este trimestre no he hecho correctamente las pequeñas agrupaciones ni  he coordinado adecuadamente a diario las actividades de mi aula con las concernientes a los otros departamentos didácticos; sí, es cierto que dediqué quince días a cada tema y les hice a los pobres críos dos exámenes y tres recuperaciones de cada uno divididos en apartados, pero me temo que los minutos en clase no fueron equilibrados en cuanto a contenidos y procedimientos, así como a actividades suficientemente motivadoras que simultáneamente potenciaran la educación en valores y consiguieran una socialización adecuada del grupo, mientras repasaban los contenidos mínimos y reforzaban las competencias básicas. Imperdonable. Además, reconozco que, aunque llamé por teléfono y envié varias cartas a las madres de los absentistas y disruptivos, también es cierto que tenía que haber insistido más, pues después del quinto plantón que me dio aquella madre, yo debí pensar que se trataba de algún problema de disociación familiar que el niño acusaba en su comportamiento; no debí conformarme con dar parte a Jefatura de Estudios y al orientador. Vaya. He vuelto a fallar (arrepentimiento). Pues no volverá a suceder, el trimestre que viene enmendaré estos problemas derivados de mi clara desmotivación profesional y buscaré ayuda profesional, si es  necesario, para que los chiquillos que llegan tarde sistemáticamente porque se duermen a las cinco de la mañana enganchados al Twitter o a la Play consigan motivarse nada más entrar en el aula y me vean cantando, bailando o contando cuentos disfrazada de personaje Disney, mientras hago uno o dos apoyos a los alumnos extranjeros o con dificultades generalizadas de aprendizaje y corrijo el cuadernillo de los que el curso que viene irán a refuerzo, sin olvidar, claro está, simplificar las instrucciones para los alumnos hiperactivos y/o con déficit de atención (propósito de enmienda).
Por si fuera poco, en el claustro final, se vuelven a comentar los resultados, esta vez por departamentos, para hacer así escarnio público de las faltas cometidas. “Pues sí hombre, eso faltaba, que se fuera la gente de vacaciones de rositas y con la cabeza bien alta…”
Y yo me pregunto: -Esa humillación pública ¿se hace en alguna otra profesión?- Me imagino un hospital, por decir algo. Todos los médicos reunidos el día antes de Nochebuena, con la tontería y la juerga propias de las fechas, y el director con los brazos en jarras meneando la cabeza mientras mira a los traumatólogos, cuya ineptitud sale en un fabuloso power-point con gráficas a todo color: -Este trimestreeeee alguien ha estado tonteando con las escayolas y los torniloooosss….y la relación con los enfermos no ha sido todo lo cordial que esperábamos de vosotrooooos. Vaya, vaya… pero si ha habido dos fallecimientos más que el trimestre pasadoooo…y no os vayáis a  excusar diciendo que eran unos sintecho nonagenarios, que no me vale, eso a vosotros no os debe influir si sois unos profesionales. A ver en qué tenemos la cabeza, que vagueamos mucho desde los últimos recortes... Y vosotros, los otorrinos, no os hagáis los tontos, que no creáis que no me he dado cuenta de que están proliferando las amigdalitis invernales, a ver qué explicación dais, que no me vale como excusa la ola de frío polar, que eso está muy visto… a ver si lo resolvemos antes de que venga el inspector de infecciones y epidemias y empiece a pedir papeles-.
O una constructora en la que justo antes de la cena de Navidad, el director convoca a los trabajadores: - Veamooos… Veo, no sin disgusto y consternación, que los encofradores han descendido su rendimiento en el último año y que ponen de excusa la reducción del presupuesto en material en un 80%. No me vale. ¿Y vuestra motivación?¿Es que todo se reduce a lo material? Si no hay dinero, tendréis que rediseñar nuevas estrategias de encoframiento readaptando las antiguas técnicas a las nuevas potencialidades constructivas y capacidades desarrollativas básicas. Y si no sabéis lo que eso significa, es que no estáis adaptados al desarrollo evolutivo de progresión claramente aritmética, es decir, a las nuevas estrategias empresariales, así que tendréis que replantearos vuestros métodos de encofrado para adaptarlos a los nuevos presupuestos. O lo que es lo mismo: aunque tengamos menos dinero, e incluso menos empleados, el resultado tiene que ser el mismo o mejor.Y si no hay hormigón, os las arregláis como podáis. Sin discusión. O no hay paga extra. Mejor dicho, no hay paga extra hagáis lo que hagáis.
Bueno, pues como se puede comprobarsi se repasa la secuencia, sólo falta la penitencia. No la descarto. El día menos pensado se planta ahí la inspectora: -Oye, Fulanico, como este curso ha suspendido tu asignatura un porcentaje de alumnos más que llamativo desde mi punto de vista -y no me irás a decir que es culpa de los chiquillos porque eso sería el colmo- en el mes de julio vas a venir por aquí todas las mañanas a rediseñar tus caducas estrategias de enseñanza-aprendizaje. Y que te ayude el de matemáticas por si acaso, que lo estoy viendo relajado últimamente. Ah,  y lo quiero todo en un informe, con las competencias básicas reflejadas, por escrito y con el visto bueno del Consejo Escolar. Antes de una semana.
Amén.
Para ilustrar esta reflexión-confesión-lamentodocente, os pongo un enlace como viene siendo habitual. Real como la vida misma. Aunque los que no os dediquéis a la enseñanza no lo creáis y os riáis. A mí me dan ganas de llorar a veces.

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