sábado, 10 de noviembre de 2012

CUENTOS INFANTILES




Los cuentos infantiles tradicionales nunca me han gustado, ni de pequeña; tienen un nosequé sórdido que me produce escalofríos, están plagados de personajes extraños que viven en lugares aún más extraños con familias extravagantes y sin principios morales. No creo que sean buenos para formar a los niños sobre bases éticas estables. 

Pongo por ejemplo: Los siete cabritillos. Analicemos esa historia:Una madre decide largarse de picos pardos y deja solos a sus siete hijos expuestos a la amenaza de un lobo que, al parecer, tenía la costumbre de intentar comérselos cada vez que la madre salía vete tú a saber dónde (madre desnaturalizada que aparece en la historia como si fuese lo más natural del mundo: -Nada, hijos, que me voy un rato, que como el lobo vendrá a intentar comeros como siempre, pues lo dicho, que os las apañéis como podáis, que yo tengo cosas más interesantes que hacer que estar aquí hecha una esclava cuidando mocosos.). Como es lógico y de esperar, el lobo, que come cabritillos desde tiempos inmemoriales y que sabe más que las ratas colorás, accede al domicilio familiar utilizando una burda treta y se los zampa en un plisplás (escena trágica y sádica donde las haya, literatura gore, diríamos hoy); bueno, sólo a seis, que no está nada mal teniendo en cuenta la capacidad del estómago de un lobo. Pero lo curioso es que los cabritillos ingeridos no mueren; al parecer, se quedan metidos en la barriga del lobo como si tal cosa, ¡seis cabritos vivos en la tripa de un animal! (¿alegoría de la gestación múltiple transexual?); la madre regresa a casa y se encuentra con el pastel, pero tampoco se preocupa mucho porque se ve que venía bien a gusto del Cabra´s Bar y porque se va con el cabrito listo, que era el más pequeño  -el mayor debía de ser adolescente, dado su nivel de empanamiento-, a buscar al lobo y… atención: ¡le raja la barriga! (inducción clarísima al asesinato a un menor); saca a sus hijos, que salen tan tranquilos, si bien envueltos en ácidos gástricos; llenan entre todos, en un ejemplar trabajo cooperativo familiar, la tripa del lobo de piedras y lo lanzan al río para que se ahogue (¿linchamiento?). ¿Pero cómo está vivo todavía ese lobo? Todo esto, ni que decir tiene, sin que el lobo se entere, claro, porque ya se sabe que si uno está echando la siesta y le rajan la barriga y se la llenan de piedras y lo lanzan vivo (inexplicablemente vivo) al río, apenas nota un cosquilleo. Supongo que, como los cabritillos son menores, sus actos no revisten mayor trascendencia penal. Pero ¿y la dulce Neus-cabra? ¿Dónde están los servicios sociales del bosque?
No sé, pero a mí, de pequeña, este cuento me ponía los pelos de punta, os lo juro. Estos sufridos escritores de literatura infantil olvidan a veces que niño no equivale a gilipollas. A mí no me cuadraba por ningún lado: ni me caía bien la madre, ni me tragaba que una pata del lobo pudiera ser confundida con la de una cabra (¡coño, que la de la cabra tiene pezuña! Y eso lo saben todos los niños, sobre todo si son cabritos) y además, por quien más sufría era  por el lobo, que me parecía que lo único que había hecho era lo que se espera de un lobo y, sinceramente, el castigo no era justo ni proporcionado según mi manera infantil, pero no estúpida, de verlo. Además, ¿cuál es la moraleja? ¿Que si sufres allanamiento de morada no estaría del todo mal que, en justa respuesta, abrieras en canal al ladrón con un cuchillo jamonero y/o lo lanzases vivo al agua con pesos atados en los pies? Por Dios, éste debió de ser el libro de cabecera de Al Capone en su infancia.
Quizá por esas injusticias de los cuentos yo siempre he sido más del lobo; verbigracia, en el de los tres cerditos, aparte de las evidentes resonancias bíblicas, ¿no les veis un poco de pluma y chulería todo en uno? No me extraña que el lobo les tuviera tanta hincha, de verlos todo el día tocando la flauta por el bosque (¿qué pintan tres cerdos en un bosque?) y canturreando cancioncillas con letras provocadoras que ponen en tela de juicio su capacidad como predador. Es que yo soy el lobo y voy a por ellos fijo. Y además, después de su experiencia con las cabras, decidiría cambiar de especie, el pobre, a ver si le iba mejor. 
Claro, que los métodos empleados por los lobos de los cuentos nunca son los más apropiados, ni siquiera racionales, diría yo: usar harina y el falsete de los Bee Gees en el caso de los cabritillos; soplar, repito, ¡soplar! en el de los cerdos gays provocadores, travestirse en el de Caperucita con la abuelita todavía viva en la barriga, nuevamente. Por Dios, qué sádica obsesión… alguien debía asesorar de una vez a esos denostados lobos infantiles o psicoanalizar a Perrault y los Grimm a ver qué encuentra.
Hablando de los Grimm, dejo un enlace a un corto titulado La bella durmiente según la abuelita O´Grimm. Si yo hubiera tenido esa abuela, quizá hubiese entendido mejor todos esos cuentos “infantiles”. No os lo perdáis.


                  http://www.youtube.com/watch?v=zOXLGNyVbw0


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