Los cuentos
infantiles tradicionales nunca me han gustado, ni de pequeña; tienen un nosequé
sórdido que me produce escalofríos, están plagados de personajes extraños que
viven en lugares aún más extraños con familias extravagantes y sin principios
morales. No creo que sean buenos para formar a los niños sobre bases éticas
estables.
Pongo por ejemplo: Los siete
cabritillos. Analicemos esa historia:Una madre
decide largarse de picos pardos y deja solos a sus siete hijos expuestos a la
amenaza de un lobo que, al parecer, tenía la costumbre de intentar comérselos
cada vez que la madre salía vete tú a saber dónde (madre desnaturalizada que
aparece en la historia como si fuese lo más natural del mundo: -Nada, hijos, que me voy un rato, que como el
lobo vendrá a intentar comeros como siempre, pues lo dicho, que os las apañéis
como podáis, que yo tengo cosas más interesantes que hacer que estar aquí hecha
una esclava cuidando mocosos.). Como es lógico y de esperar, el lobo, que
come cabritillos desde tiempos inmemoriales y que sabe más que las ratas
colorás, accede al domicilio familiar utilizando una burda treta y se los zampa
en un plisplás (escena trágica y sádica donde las haya, literatura gore,
diríamos hoy); bueno, sólo a seis, que no está nada mal teniendo en cuenta la
capacidad del estómago de un lobo. Pero lo curioso es que los cabritillos
ingeridos no mueren; al parecer, se quedan metidos en la barriga del lobo como
si tal cosa, ¡seis cabritos vivos en la tripa de un animal! (¿alegoría
de la gestación múltiple transexual?); la madre regresa a casa y se encuentra
con el pastel, pero tampoco se preocupa mucho porque se ve que venía bien a
gusto del Cabra´s Bar y porque se va con el cabrito listo, que era el más
pequeño -el mayor debía de ser adolescente, dado su nivel de empanamiento-, a
buscar al lobo y… atención: ¡le raja la barriga! (inducción clarísima al
asesinato a un menor); saca a sus hijos, que salen tan tranquilos, si bien
envueltos en ácidos gástricos; llenan entre todos, en un ejemplar trabajo
cooperativo familiar, la tripa del lobo de piedras y lo lanzan al río para que
se ahogue (¿linchamiento?). ¿Pero cómo está vivo todavía ese lobo? Todo esto,
ni que decir tiene, sin que el lobo se entere, claro, porque ya se sabe que si
uno está echando la siesta y le rajan la barriga y se la llenan de piedras y lo
lanzan vivo (inexplicablemente vivo) al río, apenas nota un cosquilleo. Supongo que,
como los cabritillos son menores, sus actos no revisten mayor trascendencia
penal. Pero ¿y la dulce Neus-cabra? ¿Dónde están los servicios sociales del
bosque?
No sé, pero a
mí, de pequeña, este cuento me ponía los pelos de punta, os lo juro. Estos sufridos
escritores de literatura infantil olvidan a veces que niño no equivale a
gilipollas. A mí no me cuadraba por ningún lado: ni me caía bien la madre, ni
me tragaba que una pata del lobo pudiera ser confundida con la de una cabra
(¡coño, que la de la cabra tiene pezuña! Y eso lo saben todos los niños, sobre
todo si son cabritos) y además, por quien más sufría era por el lobo, que me parecía que lo único que
había hecho era lo que se espera de un lobo y, sinceramente, el castigo no era
justo ni proporcionado según mi manera infantil, pero no estúpida, de verlo. Además,
¿cuál es la moraleja? ¿Que si sufres allanamiento de morada no estaría del todo
mal que, en justa respuesta, abrieras en canal al ladrón con un cuchillo
jamonero y/o lo lanzases vivo al agua con pesos atados en los pies? Por Dios, éste
debió de ser el libro de cabecera de Al Capone en su infancia.
Quizá por esas
injusticias de los cuentos yo siempre he sido más del lobo; verbigracia, en el
de los tres cerditos, aparte de las evidentes resonancias bíblicas, ¿no les
veis un poco de pluma y chulería todo en uno? No me extraña que el lobo les
tuviera tanta hincha, de verlos todo el día tocando la flauta por el bosque
(¿qué pintan tres cerdos en un bosque?) y canturreando cancioncillas con letras
provocadoras que ponen en tela de juicio su capacidad como predador. Es que yo
soy el lobo y voy a por ellos fijo. Y además, después de su experiencia con las
cabras, decidiría cambiar de especie, el pobre, a ver si le iba mejor.
Claro,
que los métodos empleados por los lobos de los cuentos nunca son los más
apropiados, ni siquiera racionales, diría yo: usar harina y el falsete de los
Bee Gees en el caso de los cabritillos; soplar, repito, ¡soplar! en el de los
cerdos gays provocadores, travestirse en el de Caperucita con la abuelita todavía
viva en la barriga, nuevamente. Por Dios, qué sádica obsesión… alguien debía
asesorar de una vez a esos denostados lobos infantiles o psicoanalizar a
Perrault y los Grimm a ver qué encuentra.
Hablando de los
Grimm, dejo un enlace a un corto titulado La
bella durmiente según la abuelita O´Grimm. Si yo hubiera tenido esa abuela,
quizá hubiese entendido mejor todos esos cuentos “infantiles”. No os lo
perdáis.
http://www.youtube.com/watch?v=zOXLGNyVbw0
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