Ayer estaba yo
en clase hablando sobre los mass media;
yo trabajo y me desvelo (perdona Miguel)
por hacerles comprender a los zagales que desde que en los años cincuenta
comenzó a emitirse TVE en España, no ha pasado tanto tiempo, pero ellos me
miran con cara de no comprender mi concepto del tiempo y probablemente se
pregunten cuántos años debo de tener para que más de medio siglo no me parezca
una eternidad. Sin embargo, a ellos les encanta este tema porque cuando sale el
asunto de Internet se saben dueños de la situación y se dan tortas por
intervenir contando sus experiencias y mostrando sus conocimientos, que –ellos no
lo saben- son menores de lo que creen.
En ese punto de la clase, se monta el
cirio porque yo aprovecho para intervenir en plan preventivo con el tema de las
redes sociales y –lo reconozco- me pongo un poquitín apocalíptica, lo que no
les viene nada mal a los excesivamente confiados; estas ingenuas criaturillas,
hijas de la tecnología, no ven nada de malo en verter sus vidas y las de sus
amigos y familias en la red y lo hacen sin ningún pudor: hablan de sus amores,
de su ideología no siempre justificada ni aun racional, de sus viajes, de sus
amigos, de las zonas por las que se mueven, de sus aficiones, de sus familias…
en fin, de todo lo que constituye su vida, y tienen la ingenua pretensión de
que la cosa queda entre amigos. Algunos, cuando ven que yo me estoy poniendo ya
un poco trágica, me explican que cuando algo es supersecreto se envían un
mensaje privado y santas Pascuas. Yo les explico que en Internet no hay nada
secreto, que parece mentira que sean tan ingenuos y que todo absolutamente todo
lo que se transmite vía Internet queda registrado y que en un futuro no tan
lejano, cuando sus datos circulen de empresa en empresa, en bancos de datos en
compra-venta, éstas van a disfrutar de un perfil más que completo de sus vidas,
cosa que, a lo mejor, no les interesa tanto como ahora.
A esas alturas, más tranquilos y receptivos,
el abanico de gestos faciales que tengo frente a mí es variadísimo: están los
que saben levantar una ceja y me miran con cara de no-sé-si-creerte; los
neófitos, que empiezan a pensar que esto es más peligroso de lo que suponían;
los que se creen que están de vuelta, que sonríen irónicamente de medio lado
pensando que, como siempre, los profesores somos una panda de carcamales que
nos pasamos la vida entre libros y no tenemos ni idea de la vida real; los que
todavía no han perdido la confianza en los adultos, que intentan asimilar lo
que les vas diciendo; y, claro, los que nunca se enteran de lo que estás
diciendo porque tienen la cabeza en otro lado constantemente y la mirada
perdida.
Una vez que los tengo dominados
-je,je,je, qué buena soy. No es fácil dominar las intervenciones de veinticinco
adolescentes hablando de Internet-, hago un alarde de conocimiento de las redes
sociales absolutamente inesperado para ellos: empiezo por las que ya conocen: Facebook, Tuenti (por supuesto) y Twitter
–hasta ahí llegan sus conocimientos- y continúo plantándoles delante de sus
inocentes ojos un Power-point en el que aparece una diapositiva con unas
cincuenta redes desconocidas para ellos, claro. A partir de ese momento, dejo
de ser una ignorante a sus ojos y recupero la credibilidad, “esto –les digo- es
sólo la punta del iceberg (exclamación lapidaria y efectista donde las haya).
Hablamos –continúo- de que los hombres y mujeres que dentro de quince o veinte
años dirigirán el mundo EN TODOS LOS ÁMBITOS (aquí levanto la voz, aprendí
mucho estudiando retórica clásica) están contando su vida, sus planes, sus
limitaciones, sus ambiciones, sus círculos sociales, sus debilidades, las de
sus familias y amigos… en fin, todos los datos, relevantes o no, referentes a
sus vidas. ¿Seguís pensando que lo que hacéis no tiene importancia? ¿Qué cae en
saco roto? No seáis ingenuos. Comprobad vosotros mismos la publicidad que os va
llegando al correo, en el Tuenti o en el Twitter, ¿no os parece demasiado afín
a vuestros intereses? ¿Pensáis que es casual? ¿No creéis que ya empieza a haber
un perfil vuestro en alguna parte? Y eso que, de momento, sólo sois un proyecto
de ciudadano. Yo, si fuera alguno de vosotros, a partir de ahora, me pararía a
pensar antes de pulsar Enter (esto es un poco peliculero, lo reconozco, pero me
encanta)”. Y así acabo mi exposición.
Como
supondréis, la expectación a estas alturas es máxima. Silencio absoluto. Hasta
los despistados prestan atención y alguno resopla como diciendo qué fuerte, no
lo había pensado. Les doy unos diez segundos de reflexión y, para su desgracia,
vuelvo a mi esencia: -Para mañana quiero
un texto argumentativo de no menos de una página que recoja los pros y los
contras de las redes sociales y lo quiero con estadísticas reales incluidas, me
da igual que la red Wi-fi la tengáis mal, que el ordenador no os funcione o que
vuestra madre os tenga castigados sin Internet y el que no tenga conexión que
se vaya a la biblioteca. O sea, sin excusas. Fulanico, no te he visto apuntarlo-.
Barullo general. Suena el timbre. Hala, a twittear todo esto en el cambio de
clase.
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