Estoy intentando, como siempre,
llevar a mis alumnos de tercero por el noble camino de la lectura. No es tarea
fácil. La mayoría reconoce abiertamente que no lee desde no sé qué curso de
primaria y que en su casa no hay libros. Yo, que no cejo fácilmente en mis
empeños, les he dicho que no se preocupen, ellos dicen que claro que no se
preocupan y, a pesar de su falta de preocupación, les propuse crear una
biblioteca en clase a la que ellos fueran aportando los libros que más les han
gustado a lo largo de sus cortas vidas. Como era de esperar, las aportaciones,
de momento, sólo han venido de cuatro personas, una de las cuales soy yo, y las
otras tres han aprovechado, con la siempre inestimable colaboración maternal,
para hacer una discreta limpieza de estanterías. Total, unos quince libros
completamente inútiles y tres –los míos-
algo más adecuados.
La primera actividad consistió en hacer una presentación de los libros y curiosamente los que yo llevé volaron cuando comenzó el tiempo de préstamos y, más curioso todavía, los alumnos que se los llevaron son tres de los que reconocían no leer jamás. Da que pensar. Y pienso: os cuento el argumento de los tres. El primero: un extraterrestre busca por el planeta Tierra a su compañero desaparecido y va reflejando en un diario sus sorprendentes experiencias con la extravagante fauna autóctona, más conocida como seres humanos. ¿Os suena?, claro, Sin noticias de Gurb. El segundo: un reality show tipo Gran hermano que se desarrolla en una isla desierta; seis chicos y seis chicas rodeados de cámaras; sin embargo, puede que haya un punto muerto en la isla; los concursantes van desapareciendo, sólo puede quedar uno, son las reglas del concurso; se titula Isola. El tercero: una sociedad futura en la que anualmente se eligen niños y jóvenes para luchar entre sí, son entrenados para sobrevivir a la lucha; el premio: la vida; se llama Los juegos del hambre.
La primera actividad consistió en hacer una presentación de los libros y curiosamente los que yo llevé volaron cuando comenzó el tiempo de préstamos y, más curioso todavía, los alumnos que se los llevaron son tres de los que reconocían no leer jamás. Da que pensar. Y pienso: os cuento el argumento de los tres. El primero: un extraterrestre busca por el planeta Tierra a su compañero desaparecido y va reflejando en un diario sus sorprendentes experiencias con la extravagante fauna autóctona, más conocida como seres humanos. ¿Os suena?, claro, Sin noticias de Gurb. El segundo: un reality show tipo Gran hermano que se desarrolla en una isla desierta; seis chicos y seis chicas rodeados de cámaras; sin embargo, puede que haya un punto muerto en la isla; los concursantes van desapareciendo, sólo puede quedar uno, son las reglas del concurso; se titula Isola. El tercero: una sociedad futura en la que anualmente se eligen niños y jóvenes para luchar entre sí, son entrenados para sobrevivir a la lucha; el premio: la vida; se llama Los juegos del hambre.
En fin, argumentos que los
atrapan. Ahí está el quid de la
cuestión. Tan sencillo como eso. No se puede obligar a los niños a leer lo que
les aburre soberanamente, por muy barato que sea el libro e incluso didáctico.
Yo me paso la vida diciéndoles a los zagales: -Si os aburre un libro, lo dejáis
y punto-. Alguno te replica con aplastante razón: -¿Y si te obligan los
profesores?- Pues lo lees a saltos para salir del apuro y te buscas uno que te
guste de verdad para quitarte el mal sabor de boca en cuanto acabes. Si una
comida no te gusta, pero tus padres te obligan a comértela ¿qué haces? ¿Dejas
de comer de por vida? No. Te la comes como puedes esperando que la siguiente
sea mejor, ese solomillo por el que merece la pena llegar con hambre para disfrutarlo
más a la hora de la cena.
Y llegados a este punto de mi
reflexión, viene mi teoría. Yo la llamo “La teoría Barco de Vapor”. Y se resume
en una pregunta muy sencilla: ¿Conocéis a algún niño al que le haya gustado
algún libro de la colección “Barco de Vapor”? Yo no. Y os aseguro que lo he
preguntado muchas veces. Y sin embargo, hay toda una generación que ha crecido
obligada a leer esas soporíferas historias de temas variados que poco o nada
tienen que ver con los intereses de los niños y que ni siquiera son divertidas.
Es cierto que algunas de ellas tienen hasta premio. Sí, el premio “Barco de
Vapor”. Que me perdone la editorial SM, pero yo les tengo la guerra declarada. Creo
que son los culpables, en parte, de que algunos críos dejaran de leer. Yo lo
hubiera hecho.
Cuando inauguraron la biblioteca
del colegio de mis hijos, enviaron una circular pidiendo colaboración a los
padres en forma de donaciones de fondos bibliográficos. Me pareció una buena
oportunidad para deshacerme de todos los libros de Barco de Vapor que tengo
acumulados en mi casa, pero no lo hice; me pareció una traición a mis
principios, pensé que esos libros serían utilizados para que los leyeran otros
niños que, si en su casa no tienen otra oportunidad, serían alejados
definitivamente del placer de la lectura, o sea, lo último que se pretende con
un libro. Así que siguen llenándose de polvo en la estantería. Es el mejor
sitio que se me ocurre para ellos.
Todos los cursos me veo obligada
a elegir un libro por trimestre para que se lean mis alumnos; dependiendo del
nivel soy más o menos estricta, procuro que en los niveles altos lean cosas que
merezcan la pena, de las que aprendan, maduren y saquen algo, en definitiva,
pero sobre todo que disfruten. El curso pasado decidí mandar una novela de Unamuno,
autor que recomiendo una y mil veces a todo el mundo. En principio, no sabía cómo
resultaría, al fin y al cabo hablamos de la generación de Harry Potter y
Crepúsculo. Y de golpe Unamuno. La novela se llama Abel Sánchez. Para introducirles el tema les hablé del mito de Caín
y Abel; a muchos de los críos, que tienen ya dieciséis años o más, ni siquiera
les sonaban estos nombres. Yo me subía por las paredes. No lo puedo comprender,
¿qué clase de cultura da esta educación? Total, que me armo de paciencia y les
explico el espinoso asuntillo de los hermanos más famosos –creía yo- de la
historia. El tema les va gustando cada vez más, eso de que un hermano sea el
mimado y al otro no le haga el mismísimo Dios ni puñetero caso promete, la tragedia
se masca y eso les encanta. Caín termina casi siendo un buenazo, curiosamente.
Llegamos al asesinato. Alguno comenta, sin darse cuenta de la importancia de lo
que dice, que la Biblia parece más interesante de lo que creía. -Claro, hijo,
en la Biblia te encuentras de todo, te sorprenderías: hay muerte, venganzas,
historias de amor, locos, cuerdos, visionarios, héroes y villanos, guerras,
matanzas, reyes, princesas, esclavos, endemoniados, muertos vivientes y mucha,
mucha sangre-. Con esta presentación no pretendo inculcar valores cristianos,
es evidente y no es mi tarea, pero nunca nadie les había hablado de ello.
Ellos, la mayoría educados en una sociedad laica, pluricultural y bla, bla, bla,
no terminan de creer lo que les digo, -“¡Estamos hablando de la Biblia!¿Cómo es
posible? ¿Ahí no se habla de Jesucristo y los apóstoles?”-, así que les explico
que sí, que Jesucristo también sale, por supuesto, pero sólo en un trocico y
les hablo de otros episodios tan o más
interesantes que el de los hermanos Malasombra y su padre un tanto caprichoso y
arbitrario. Nos reímos mucho, la verdad, con Esaú y Jacob, la que lían por un
plato de lentejas; con el abuelete Abraham, esquizofrénico de manual y el pobre
de su hijo, Isaac, que casi muere degollado por culpa de “las voces” que le
hablaban a papuchi; con el lío que se monta en Sodoma y Gomorra, con lo bien
que se lo estaba pasando el personal, y el triste final de la mujer de Lot,
convertida en estatua de sal -¿por qué de sal?, cosas inescrutables de Dios,
supongo- sin bebérselo ni comérselo la pobre; y el triste e inesperado final de
los egipcios cuando se encuentran que se les echa el mar encima con ballenas y
pulpos incluidos… en fin, un auténtico descubrimiento para ellos. Así que
después de hablar un buen rato de estos personajes y escenas inolvidables,
retomo el tema de la envidia. En eso, algunos tienen experiencias y las
cuentan, comprenden a Caín y a Abel, ya no les parece tan malo el malo de la
película ni tan inocente el chico bueno y se lanzan a la lectura de la novela
con ganas, con muchas ganas. En conclusión: un éxito. ¿Unamuno un éxito con
chicos de dieciséis años? Pues sí, les encantó a la mayoría, cosa difícil de
conseguir eligiendo un libro común para todos; todavía alguno que me encuentro
por el pasillo este curso me lo recuerda: -“Profesora, el libro de Abel Sánchez sí que estuvo bien”-.
En fin, para terminar, os
recomendaré la lectura de un libro muy interesante para aquellos que queráis
hacer lectores a vuestros hijos; se llama Como
una novela y su autor es Daniel Pennac, un tipo francés que fracasó en la
escuela y no quiere que eso le pase a nadie más y se empeña en que todos los
niños pueden llegar a ser grandes lectores. Ah, y no olvidéis esconder los
libros de “Barco de Vapor”, que los carga el Diablo.