Empezó siendo una sensación de qué pesaditos y está
convirtiéndose en un odio interior que me provoca una ira cuyas consecuencias
destructivas sólo las frena la inevitable barrera del teléfono. Me refiero a
las constantes, martilleantes, insistentes, repetitivas, inoportunas llamadas
de Jazztel. Se producen
principalmente a las cuatro y media de la tarde, justo en el único momento del
día en que una tiene ese rato de relajada felicidad del dolce fare niente previo a la vuelta a la batalla. Suena el
teléfono, te preguntas quién será tan maleducado de llamar a esa hora, te
autorrazonas que seguro que no te conoce si lo hace y caes en la cuenta: Jazztel; todo eso en un nanosegundo. Así
que descuelgas poseído ya por la ira y dispuesto a contestarle cualquier
grosería al teleoperador de turno, pero te controlas por si acaso es algún
profesor de tu hijo y tienes que parecer educada y consecuente; pero, qué va,
se confirman tus peores pesadillas telefónicas, es Jazztel. Sin embargo y a pesar de que tú sabes que son ellos y
ellos saben que tú lo sabes, intentan disimularlo. Previa presentación, preguntan
por ti o tu marido, tú preguntas con quién hablas, ellos hacen como que no te
oyen, vuelves a preguntar y comienzan con su guión de irrechazables ofertas
para el selular, la línea de alta velosidá y el fijo sin apenas escuchar
tus tristes lamentos al otro lado de la línea; intentas hacerles razonar sobre
lo inoportuno de la hora. Deduces que no les importa un bledo lo oportuna que a
ti te parezca la hora. Continúas diciéndoles lo satisfecho que estás de los
servicios telefónicos que en la actualidad tienes contratados –cosa que no te
crees ni tú-, pero como si le hablaras a la pared. Te ofrecen un nuevo pack familiar en plan carrerilla
dialéctica aprovechando que tienes que respirar para sobrevivir. Les explicas
que a esa hora como si te ha tocado la Bonoloto, que sólo quieres que te dejen
en paz y que si quieren que los escuches, llamen a otra hora. Pero qué va, no
acaba ahí la cosa. Empiezas a preguntarte si de verdad tiene algo de sentido común
esa voz que te habla al otro lado. Montas en cólera, porque además de todo lo
anterior, llevas un rato sin entender una palabra a pesar de que se supone que
la teleoperadora (suelen ser féminas con un nombre compuesto casi surrealista
que te suena a tomadura de pelo) habla el mismo idioma que tú (¿Selular? ¿Computador? ¿Sidí?¿Dividí?),
te preguntas dónde han aprendido a hablar y cómo contratan para vender un
producto a gente que habla tan rematadamente mal; concluyes que deben de cobrar
dos duros, no tiene otra explicación y te da un poco de penilla. Decides
colgar, ya está bien. Lo malo es que tu intención no coincide con la de tu
interlocutora, que no presenta la más mínima señal de estar entendiéndote y
comienza un tira y afloja. Le vuelves a explicar que no tienes intención de
contratar los servicios que te ofrece y que gracias, pero que no te vuelvan a
llamar. Confirmas que no hablan tu misma lengua cuando ella te responde con
otra oferta tentadora. Se lo vuelves a explicar, esta vez con un tono más
firme. Nada. Sospechas que es sorda, tonta o noruega. Vuelves a insistir. Ni
puto caso. Las ofertas se suceden. Y te pones ya bastante firme en tu decisión
de colgar; la avisas, pero no se da por aludida y terminas colgando medio
histérica porque te da la impresión de que esa gente son robots a los que se
les ha olvidado conectar el programa de descodificación de palabras con el
ordenador central.
Todo esto, claro está, es lo que a mí me sucedía en las cien
o doscientas primeras llamadas de esta amable compañía; pero ya he
evolucionado. Ahora, en cuanto oigo sonar el teléfono, voy directamente al
nivel si-te-pillo-te-machaco-con-el-auricular. No lo recomiendo, en realidad,
porque altera el ritmo cardíaco y eleva la presión arterial, pero se queda uno
en la gloria. De resultas de esta mi nueva actitud sólo he sacado en claro
repetidos insultos por parte del teleoperador, que, además de hablar un idioma
de extraña fonética, no se caracteriza por su esmerada educación; en este caso,
tengo que admitir que las Estelas Dolores, Eneidas Marías y Natalias Yoselines
son bastante más pacientes que los Darwines Eduardos, Jeferson Santiagos o
Bayardos Estalin. A mí me han dicho de todo: loca, histérica, malparida… pero
lo que más me impactó fue un tipo que para concluir nuestra absurda a la par
que desagradable conversación se despidió de mí llamándome “perra cachonda” con
una voz como de ultratumba que me acojonó. Tengo que reconocer que ahí me ganó
la partida, porque mi agresividad se transformó en miedo cuando me di cuenta de
que aquel tipejo medio loco tenía en su poder todos mis datos personales, así
que colgué casi aterrorizada pensando que, además de pruebas de expresión oral,
a esta gente deberían hacerles pasar por algún filtro de carácter psiquiátrico
porque podrían llegar a ser potencialmente peligrosos si la toman contigo.
Sin embargo, ésa no ha sido la intervención que más me ha
molestado –aunque sí la que más me ha atemorizado-; la que más me irritó fue
una –esta vez chica- en la que, después de rechazar repetidamente las sucesivas
ofertas –todavía era yo novata en estas luchas dialécticas- y cuando estaba a
puntico de colgar, va y me pregunta si yo tenía autorisasión de mi esposo para tomar este tipo de desisiones. Tengo
que reconocer que la pobre mujer despertó a la bestia sin bebérselo ni comérselo:
¡¡¡¡autorización de mi esposo para tomar decisiones!!! Yo creo que cuando colgó
se fue a afiliarse a algún sindicato feminista o a divorciarse o algo por el
estilo, porque terminé sin aliento: en dos minutos le resumí doscientos años de
lucha por la igualdad de derechos y las diferencias entre la mentalidad de
alguien que hace esa pregunta y la mía. No sé si la pobre mujer entendió algo,
pero yo me despaché a gusto y me quedé tan pancha pensando que encima le había
hecho un favor. Supongo que, cuando colgó, lo que hizo fue marcar un nuevo
número y empezar de nuevo con su robótica cantinela de extraña fonética
esperanzada en poder hablar esta vez con un hombre o con una mujer
que pida permiso antes de decidir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario